SIGNOS DE ESPERANZA Y CONSOLACIÓN
A lo largo de su recorrido entre Judea y Samaria Jesús iba encontrando toda clase de personas: la samaritana, el ciego de Jericó, Zaqueo, Mateo, la mujer Siro Fenicia, etc. encuentros significativos iban generando cambios en las personas que se sentían tocadas e interpeladas por el maestro.
En estos días, viajando de Florencia a San Vicente en taxi entablamos conversación con el conductor quien al poco tiempo dijo que me conocía y pronunció mi nombre. Me causó sorpresa y le pregunté ¿dónde me conoció?
Nos habíamos visto hace unos seis años en la última vereda ubicada antes de la desembocadura del río Caguán. Hablamos de los misioneros/as que por allí estuvimos, hablamos de nuestra experiencia de Dios en estas tierras inhóspitas y recordamos tantas personas que en común conocimos.
Dos sentimientos me invadieron: por un lado la alegría de verme reconocida; no sólo como la hna María sino más bien como representante de una Iglesia que en estas tierras y ríos busca ser presencia del Reino y por otro lado la tristeza al escuchar que personas amigas han terminado sus matrimonios y se han unido con otros y otras; personas conocidas han sido secuestradas o asesinadas; personas que han cambiado de religión y ahora ya no creen en la Iglesia Católica ni en ninguna otra.
Termino preguntándome ¿qué queda después de tanta entrega, sacrificio y tiempo dedicado a nuestra gente? La dinámica del Evangelio nos estimula a sembrar sin esperar frutos, a dejar que el Espíritu dé vida y conduzca la historia de cada uno, porque Dios es Padre de misericordia y tiene su hora para llegar al corazón de sus hijos. En sus manos coloco estos nueve años vividos a lo largo de los ríos Caquetá y Putumayo, a tantas personas que en ese tiempo encontré.
Nuestra vida misionera es hecha de ENCUENTROS y estamos llamadas a dejar en cada uno de ellos signos de esperanza y consolación.
Hna Maria da Graça Amado
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