Venerable Irene Stefani:
“Caminante por amor… y con amor”
“Toda la historia de la Iglesia está marcada por la vida
de hombres y mujeres que con su fe, con su caridad y con su vida han sido faros
para muchas generaciones y lo son también para nosotros…Los santos han dejado
que Cristo aferrara tan plenamente su vida, que podían afirmar como San Pablo:
“Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Galatas 2,20).[i]
Como cristianos necesitamos no solo la intercesión de los
santos en nuestras necesidades sino también inspirarnos en su ejemplo para
llegar también nosotros a esa santidad a la que todos somos llamados en virtud
de nuestro bautismo.
Es por eso que en esta ocasión queremos presentar la
figura de Sor Irene Stefani, una Misionera de la Consolata que ante los ojos de
muchos ha quedado desconocida por años, pero que en el ámbito de la misión,
donde vivió y entregó su vida, y entre los Misioneros, Misioneras y Laicos de
la Consolata su memoria ha permanecido siempre viva.
Su vida, sin embargo, ha suscitado
en estos últimos tiempos, mucho interés y simpatía y esto es natural que
ocurra en el diseño de Dios, que tiene sus tiempos y sus horas para sacar a la
luz la vida de sus santos.
¿Cuál es entonces el secreto de la atracción que Sor
Irene ejerce en nuestros días? Se trata del reconocimiento que la Iglesia hizo,
a través del sumo Pontífice Benedicto XVI, cuando firmó el decreto que atestigua que Sor Irene Stefani vivió “en
modo heroico las virtudes teologales de la Fe, Esperanza y Caridad hacia Dios y
hacia el prójimo, así como las virtudes cardinales de la prudencia, la
Justicia, la templanza, la fortaleza y las virtudes relacionadas con estas” y
por lo tanto podemos recurrir a su intercesión y honrarla con el título de Venerable.
La venerable hermana Irene Stefani es para toda la
iglesia un don inmenso, porque toda su vida fue un camino de amor sin límites,
sin medida, un amor que ella misma le pedía como don al Señor y que luego
compartía con cada persona que se le acercaba con dulzura, respeto, caridad y
con total olvido de sí misma.
La vida de esta
Misionera de la Consolata, está llena de actos de heroísmo que sorprenden, pero
su verdadera grandeza no está solamente aquí. También los actos heroicos se
pueden hacer de muchas maneras, hasta en forma estrepitosas sin ser santos,
mientras que Sor Irene realizó gestos habituales y heroicos en
una forma silenciosa, haciéndose
reconocer por los africanos como una de ellos, con un corazón de madre, lleno
de ternura y partícipe de sus situaciones, por eso la llamaron
“Nyaatha”, que en lengua kikuyu quiere decir: madre toda amor y
misericordia
La hermana Irene Stefani había nacido en Anfo - Provincia de Brescia – Italia, el 22 de Agosto de 1891; ella fue una de las
primeras jóvenes que entraron en la comunidad religiosa de la Misioneras de la
Consolata, fundada en Turín en 1910 por
el Beato José Allamano. A los 20 años cautivada por el ideal misionero quiso
dar respuesta a la llamada del Señor a esta vocación: consagrar su vida toda a
la misión.
El 28 de diciembre de 1914 salió para las misiones en
Kenya (África), donde la evangelización estaba todavía en los inicios y eran escasas
las escuelas y los servicios de salud, allí ya estaban presentes los Misioneros de la
Consolata y también habían llegado las primeras
Misioneras en 1913. En África vivió la caridad hasta el heroísmo. Durante la I
guerra mundial (1915-1918) que involucró también a África, a causa de las
colonias inglesas y alemanas, fue
enviada con otras Misioneras como enfermera en los hospitales militares de
Kenya y Tanzania donde se asistía a los heridos de guerra, atendió a muchísimos enfermos haciéndose sierva,
madre y hermana de todos, entregándose siempre con inmenso amor. En estas
circunstancias muchos pedían el bautismo antes de morir; Sor Irene, como
atestiguan sus hermanas de comunidad alcanzó a bautizar a 3.000 personas. Después
de la guerra fue destinada a la misión de Ghekondi (1920-1930) donde se
respiraba un ambiente reacio a causa de
los prejuicios tribales. Allí su vida,
durante diez años fue un continuo
peregrinar, subiendo y bajando velozmente por las colinas Kikuyu (tribu que
acompañaba en Ghekondi) llevando siempre
la luz del Evangelio. Caminaba rezando el rosario y calzando unas botas
incómodas que aun hoy día se conservan como
reliquia suya.
Mujeres, hombres y niños la querían tener cerca, aunque
si ella no tenía nada para dar, lo único que llevaba consigo era la consolación que ofrecía a quien la necesitaba. Por 10 años fue catequista y evangelizadora
férvida e intrépida que vivió la alegría
de llevar a todos el anuncio de Jesús, Hijo de Dios hecho hombre y salvador del
mundo. Era también enfermera, maestra, y anunciaba la Palabra de Dios ayudando
a las pequeñas comunidades cristianas a crecer en la fe; promovía la educación de
la mujer, haciéndola sentir digna; en sus tiempos libres visitaba las familias
en sus casas buscando personas a quien consolar: madres en dificultad, ancianos
a los cuales llevaba su ayuda y la palabra de Jesús, siempre sonriente, a todos
quería bautizar cuando lo pedían en ausencia del sacerdote. En tantos años en
África la hermana Irene fue medio y testigo de muchas conversiones.
EL
SACRIFICIO DE LA VIDA
En octubre de 1930,
frente a las inmensas necesidades de la evangelización, quiso ofrecer su vida por la misión, dos
semana después asistiendo a un enfermo de peste quién muriera en sus brazos, se contagio del mal que el 31 de octubre la
condujo a la muerte. En su delirio en las últimas horas repetía en la lengua
Kikuyu el mensaje de la Salvación. Tenía 39 años. Su programa de vida se puede resumir en estas palabras
que fueron encontradas escritas en su libreta de propósitos:
" ¡Jesús
solo!,
todo con Jesús….
Toda de Jesús…
todo para Jesús,
nada para mí ,
haz esto
y vivirás”.
La Hermana Irene Stefani
hizo propia el ansia del apóstol Pablo: “ Ay! De mi sino evangelizo” ( 1Cor 9,16). A su muerte los africanos
afirmaron “No fue la enfermedad lo que le quito la vida, ella murió de
amor”.
El ejemplo de la hermana Irene Stefani la iglesia lo
propone hoy a todo el pueblo de Dios. La figura de esta grande evangelizadora
se convierte en modelo para nuestros tiempos porque la actividad misionera
representa el máximo desafío para la
iglesia como lo afirmó el Papa Juan Pablo II en la Redemptoris Missio, No 40: “La actividad misionera
representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia. Mientras se aproxima
el final del segundo milenio de la Redención, es cada vez más evidente que las
gentes que todavía no han recibido el primer anuncio de Cristo son la mayoría
de la humanidad”.
Sea nuestro compromiso
cotidiano anunciar el evangelio como la Hermana Irene y como tantos misioneros
religiosos y laicos que dan testimonio
de Cristo hasta el martirio.