Me llamo
Claudia Lancheros, hermana Misionera de la Consolata, colombiana y quiero
compartirles sobre algunas realidades que he vivido en Tanzania, donde me encuentro desde el 2010. En especial les
hablaré desde la misión de Manda (en la región de Dodoma) donde estamos
presentes desde el 2011.
Manda es un pueblo de agricultores
Manda es un
pueblito con cerca de diez mil habitantes, situado a 120 km de la capital,
Dodoma, se llega a través de carreteras no asfaltadas. Las catorce veredas de
manda que pertenecen a la Parroquia Nuestra Señora la Consolata, se
encuentran aisladas también desde el punto de vita de la comunicación: de hecho
no hay acceso telefónico, internet, correo… el pueblo vive de la agricultura,
así que en la época de las lluvias (más o menos de diciembre a marzo), trabajan
la tierra a fin de obtener el sustento para todo el año.
¿Y nosotras quiénes somos?
Cuando las Hermanas Misioneras de la Consolata llegamos a Manda, causamos inquietud en las personas… ellos se
preguntaban quiénes éramos; para muchos de ellos, en verdad, era la primera vez
que veían una religiosa. No obstante la
perplejidad, la gente fue asimilando quienes éramos progresivamente. Al
compartir con ellos la vida diaria, comprendieron que éramos mujeres de Dios
que queríamos caminar junto con ellos para encontrar y donar a Jesús en la
realidad cotidiana.
Un día nos
acercamos a un grupo de niños que pastoreaban un redil de vacas y cabras; ellos
pasaban cerca de nuestra casa para recoger agua potable del pozo de la misión.
Intercambiamos algunas sonrisas y miradas y comenzamos a conocernos
recíprocamente, sus primeras preguntas eran sobre quiénes éramos y porque
estábamos ahí…
Un día vino
la mama de uno los niños Mama Kulwa quien deseaba conocer quiénes eran esas
mujeres de las cuales sus hijos hablaban cuando regresaban a casa. Así que la
hicimos entrar en nuestra sala donde había un cuadro con la imagen de la
sagrada familia que a ella le llamo la atención. (Un dato interesante es
resaltar como las mujeres se hacen llamar por el nombre de los hijos, por
ejemplo: Mama Kulwa como señal de respeto y dignidad de la propia maternidad).
Ella quería saber quiénes eran aquel hombre, aquella mujer y aquel niño. Así le
presentamos a San José, la Virgen María y el Hijo de Dios: el Niño Jesús. El hecho de que “Dios se hubiera hecho tan
pequeño”, la dejo muy sorprendida: así de pequeño? Dijo. Si, nuestro Dios que se
hizo así de pequeño nos sorprende verdaderamente.
Mama
Kulwa volvió otro día a visitarnos y esta vez traía otra preguntas: Como se desenvuelve nuestra vida? Como es
posible vivir juntas, mujeres de diversas culturas? Porque no tenemos hijos? De
donde obtenemos la fuerza para estar ahí en Manda en medio de la gente? Podría
ser de alguna medicina tradicional? Le dijimos que nuestra fuerza nos viene de Dios, por medio de la
oración. Esta respuesta nos llevó a confrontarnos, a ella y a nosotras, con el
misterio de Dios que nos acompaña cada día y del cual recibimos todas las gracias
para cultivar el don de la vida.
Cuantas
veces estos encuentros se vuelven oportunidades para intercambiar sonrisas,
conocer sus alegrías, dificultades y aprender a desacomodarnos para acoger a
quien llega! Son encuentros, que nos catequizan y nos llevan a reflexionar
sobre nuestras y sus vidas, ante Dios que es Padre de todos.
Un Dios que es providente
En Manda, en
general, las tribus viven las propias
tradiciones y religiones ancestrales, igualmente existe una pequeña
comunidad cristiana. Un día, sabiendo que el agua era escasa y que para
cultivar dependen de las lluvias, le hice una pregunta a una señora sobre la
tierra que era bastante seca y por tanto eran notorias las consecuencias para
los cultivos, ya que las lluvias estaban tardando… ella me respondió:
“Dios sabe de qué tenemos necesidad. A su tiempo el Señor enviará el agua
necesaria para nuestra tierra”. Después de pocos días, vino una lluvia
abundante y quedé impresionada del testimonio de esta mujer con una fe tan profunda en la
providencia del Padre que nos invita a esperar Su tiempo, tantas veces
diferente del nuestro.
Agradezco
La vida
misionera consagrada es para mí un don grande, precioso, del cual soy
inmensamente agradecida a Dios. La experiencia de vida junto a la gente de
Manda me ha llevado a entender el don de la consolación como algo que se recibe
y se dona, es un intercambio mutuo. La riqueza del encuentro con las personas
me lleva a descubrir a Dios ya presente en el pueblo, y percibo como en este
intercambio de la vida, crecen mí la fe, la esperanza y la alegría.
Hna Claudia con las familia |