martes, 30 de octubre de 2012


Venerable Irene Stefani:

“Caminante por amor… y con amor”



“Toda la historia de la Iglesia está marcada por la vida de hombres y mujeres que con su fe, con su caridad y con su vida han sido faros para muchas generaciones y lo son también para nosotros…Los santos han dejado que Cristo aferrara tan plenamente su vida, que podían afirmar como San Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Galatas 2,20).[i]
Como cristianos necesitamos no solo la intercesión de los santos en nuestras necesidades sino también inspirarnos en su ejemplo para llegar también nosotros a esa santidad a la que todos somos llamados en virtud de nuestro bautismo.


Es por eso que en esta ocasión queremos presentar la figura de Sor Irene Stefani, una Misionera de la Consolata que ante los ojos de muchos ha quedado desconocida por años, pero que en el ámbito de la misión, donde vivió y entregó su vida, y entre los Misioneros, Misioneras y Laicos de la Consolata su memoria ha permanecido siempre viva. 
Su vida, sin embargo,  ha suscitado  en estos últimos tiempos, mucho interés y simpatía y esto es natural que ocurra en el diseño de Dios, que tiene sus tiempos y sus horas para sacar a la luz la vida de sus santos.
¿Cuál es entonces el secreto de la atracción que Sor Irene ejerce en nuestros días? Se trata del reconocimiento que la Iglesia hizo, a través  del  sumo Pontífice Benedicto XVI, cuando  firmó el decreto que atestigua que Sor Irene Stefani vivió “en modo heroico las virtudes teologales de la Fe, Esperanza y Caridad hacia Dios y hacia el prójimo, así como las virtudes cardinales de la prudencia, la Justicia, la templanza, la fortaleza y las virtudes relacionadas con estas” y por lo tanto podemos recurrir a su intercesión y honrarla con el título de Venerable. 

La venerable hermana Irene Stefani es para toda la iglesia un don inmenso, porque toda su vida fue un camino de amor sin límites, sin medida, un amor que ella misma le pedía como don al Señor y que luego compartía con cada persona que se le acercaba con dulzura, respeto, caridad y con total olvido de sí misma.   
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           
La vida de esta Misionera de la Consolata, está llena de actos de heroísmo que sorprenden, pero su verdadera grandeza no está solamente aquí. También los actos heroicos se pueden hacer de muchas maneras, hasta en forma estrepitosas sin ser santos, mientras que  Sor Irene  realizó gestos habituales y heroicos en una  forma silenciosa, haciéndose reconocer por los africanos como una de ellos, con un corazón de madre, lleno de ternura y partícipe de sus situaciones, por eso la llamaron 

“Nyaatha”, que en lengua kikuyu quiere decir: madre toda amor y misericordia


La hermana Irene Stefani había nacido en  Anfo - Provincia de Brescia – Italia,  el 22 de Agosto de 1891; ella fue una de las primeras jóvenes que entraron en la comunidad religiosa de la Misioneras de la Consolata, fundada en Turín en  1910 por el Beato José Allamano. A los 20 años cautivada por el ideal misionero quiso dar respuesta a la llamada del Señor a esta vocación: consagrar su vida toda a la misión.

El 28 de diciembre de 1914 salió para las misiones en Kenya (África), donde la evangelización estaba todavía en los inicios y eran escasas las escuelas y los servicios de salud, allí  ya estaban presentes los Misioneros de la Consolata y  también habían llegado las primeras Misioneras en 1913. En África vivió la caridad hasta el heroísmo. Durante la I guerra mundial (1915-1918) que involucró también a África, a causa de las colonias inglesas y alemanas,  fue enviada con otras Misioneras como enfermera en los hospitales militares de Kenya y Tanzania donde se asistía a los heridos de guerra,  atendió a muchísimos enfermos haciéndose sierva, madre y hermana de todos, entregándose siempre con inmenso amor. En estas circunstancias muchos pedían el bautismo antes de morir; Sor Irene, como atestiguan sus hermanas de comunidad alcanzó a bautizar a 3.000 personas. Después de la guerra fue destinada a la misión de Ghekondi (1920-1930) donde se respiraba  un ambiente reacio a causa de los  prejuicios tribales. Allí su vida, durante diez años  fue un continuo peregrinar, subiendo y bajando velozmente por las colinas Kikuyu (tribu que acompañaba en Ghekondi) llevando siempre  la luz del Evangelio. Caminaba rezando el rosario y calzando unas botas incómodas que aun hoy día se conservan como  reliquia suya.


Mujeres, hombres y niños la querían tener cerca, aunque si ella no tenía nada para dar, lo único que  llevaba consigo era la consolación  que ofrecía a quien la necesitaba.  Por 10 años fue catequista y evangelizadora férvida  e intrépida que vivió la alegría de llevar a todos el anuncio de Jesús, Hijo de Dios hecho hombre y salvador del mundo. Era también enfermera, maestra, y anunciaba la Palabra de Dios ayudando a  las pequeñas comunidades cristianas  a crecer en la fe; promovía la educación de la mujer, haciéndola sentir digna; en sus tiempos libres visitaba las familias en sus casas buscando personas a quien consolar: madres en dificultad, ancianos a los cuales llevaba su ayuda y la palabra de Jesús, siempre sonriente, a todos quería bautizar cuando lo pedían en ausencia del sacerdote. En tantos años en África la hermana Irene fue medio y testigo de muchas conversiones.

EL SACRIFICIO DE LA VIDA

En octubre de  1930, frente a las inmensas necesidades de la evangelización,  quiso ofrecer su vida por la misión, dos semana después asistiendo a un enfermo de peste quién muriera en sus brazos,  se contagio del mal que el 31 de octubre la condujo a la muerte. En su delirio en las últimas horas repetía en la lengua Kikuyu el mensaje de la Salvación. Tenía 39 años. Su programa de vida se puede resumir en estas palabras que fueron encontradas escritas en su libreta de propósitos: 


" ¡Jesús solo!, 
todo con Jesús…. 
Toda de Jesús… 
todo para Jesús, 
nada para mí ,
 haz esto y vivirás”.





La Hermana Irene Stefani  hizo propia el ansia del apóstol Pablo: “ Ay! De mi sino evangelizo”   ( 1Cor 9,16). A su muerte los africanos  afirmaron “No fue la enfermedad lo que le quito la vida, ella murió de amor”.
El ejemplo de la hermana Irene Stefani la iglesia lo propone hoy a todo el pueblo de Dios. La figura de esta grande evangelizadora se convierte en modelo para nuestros tiempos porque la actividad misionera representa  el máximo desafío para la iglesia como lo afirmó el Papa Juan Pablo II en la Redemptoris Missio, No 40: “La actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia. Mientras se aproxima el final del segundo milenio de la Redención, es cada vez más evidente que las gentes que todavía no han recibido el primer anuncio de Cristo son la mayoría de la humanidad”.
 Sea nuestro compromiso cotidiano anunciar el evangelio como la Hermana Irene y como tantos misioneros religiosos y laicos  que dan testimonio de Cristo hasta el martirio.


[i] Benedicto XVI. Audiencia General 13 Abril 2011

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